El fin del sistema alimentario tal y como lo conocemos.

Publicado en la Revista GALDEA

No se asusten, no es una mala noticia

Ahora estamos todos agobiados por el aumento de precios de los alimentos, y los medios de comunicación no hacen nada más que repetir que es por culpa de la guerra en Ucrania. Pero la realidad si recuerdan, es que fue  en los años de la pandemia que la preocupación por el acceso a los alimentos saltó a la agenda pública a nivel global. Parecía que el sistema alimentario era infalible, sobre todo en los países más ricos, y de un día para otro, el fantasma de la escasez  de alimentos y la subida de precios recorrió nuestros hogares. Y cuando el agua del pantano empezó a desvanecerse, empezaron a aflorar ante nuestros ojos la suciedad y podredumbre que permanecía escondida, descubriendo a millones de personas algo que ya se sabía: que nuestro sistema alimentario era absolutamente frágil, y no sólo eso, sino que no es sostenible, y además es uno de los causantes más importantes de la emergencia climática y hambre.

Desde hace años este modelo alimentario está dando señales de agotamiento, como un motor gripado, y una de estas últimas señales ha sido la guerra de Ucrania. Una guerra que ha metido más presión al ascenso de precios de los alimentos y granos básicos que ya había aparecido un año y medio  antes. Es decir la guerra de Ucrania no es la creadora de este aumento, sino que lo acelera y agranda, pero la tendencia ya estaba allí, y lo estará después que la guerra acabe como en el cuento de Augusto Monterroso, cuando la guerra acabe, el dinosaurio seguirá aquí.

Y más allá de la coyuntura de  las causas que pueden explicar está situación que nos tiene con el alma en vilo, a un metro del abismo de una crisis alimentaria global conviene ir más allá y hablar de lo que realmente nos pasa, y es que este sistema alimentario actual, industrializado y globalizado llega a su fin.

Y llega a su fin, como en las grandes extinciones de las especies, por su profunda inadaptación a un contexto y realidad que ha cambiado radicalmente. Sus características que en la fase de la expansión capitalista de los últimos 40 años constituyeron una ventaja, ahora le hacen sucumbir.

La primera de estas características es que se trata de un sistema alimentario tremendamente globalizado, y esto que a muchos le parecía una ventaja en cuanto a la capacidad del mismo de producir y distribuir alimentos, en realidad esconde una fuerte tendencia a la concentración, tanto la producción de alimentos como en su distribución  y logística, lo que le hace extremadamente vulnerable ante las crisis y cambios.

Además, este sistema concentrado, mercantilizado global y opaco ha creado las condiciones óptimas para el desarrollo de otras de sus características, la especulación financiera ligada a la alimentación. Ya saben las mal llamadas ‘commodities agrícolas’, que se disparan y aprovechan los  momentos de inestabilidad, ya sea conflictos, desastres naturales por la expectativa de falta de suministros en el mercado, para hacer sus negocios, que en la pasada crisis de 2008 o 2011 llevó a millones de personas a pasar hambre

El  tercer elemento clave, y quizá el más importante en este momento, es que todo el sistema alimentario industrializado  depende del petróleo y del gas, como los fertilizantes nitrogenados, transporte, producción, plásticos. Los fertilizantes nitrogenados, y la fabricación de estos depende casi exclusivamente del uso de gas natural, y  en Europa por ejemplo la mayor parte de los costes que pagan los agricultores por sus insumos (hasta un 40% en el caso de los productores de cereales) son estos fertilizantes, hagan ustedes la ecuación. Y miren como está el asunto, uno de los avisos del fin de una época es que cada día están apareciendo noticias de productores europeos de fertilizantes nitrogenados que informan del cierre de su producción o su reducción drástica. Para ser claros, sin fertilizantes químicos no puede existir el actual modelo de agricultura, y estos desde hace dos años no hacen nada más que aumentar su precio lo que les ha vuelto inasequibles para muchos productores, debido al aumento del precio del gas, ya que este constituye el 90% del coste de su coste de producción. Nunca habían sido tan caros los fertilizantes sintéticos como al día de hoy, los precios internacionales se han triplicado entre principios de 2021 y mediados de 2022. La guerra ha aumentado y acelerado la tendencia que ya existía.

Por último, y no menos importante en cuanto a los factores estructurales que nos explican este fin del sistema alimentario tal y como lo conocíamos, es la hipertrofia de producción cárnica a nivel mundial. El auge del sector cárnico global ha sido realmente espectacular durante las 3 últimas décadas, y no sólo la carne, si no que este producto es la pieza clave de un entramado global que tiene entre sus elementos imprenscindibles, el maíz, la soja, pesticidas, fertilizantes, antibióticos, y la genética animal.

La expansión del consumo de carne y ganadería industrial es el responsable directo de más del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, debido a su dependencia de cultivos destinados al pienso animal como la soja transgénica, genera una enorme presión sobre la frontera agrícola y los recursos hídricos. La FAO explica que la ganadería utiliza hoy en día el 30 por ciento de la superficie terrestre del planeta, que en su mayor parte son pastos, pero que ocupa también un 33 por ciento de toda la superficie cultivable, destinada a producir forraje. 
 

En resumen, el aumento de los precios de alimentos no parece que sea un tema coyuntural ligado únicamente al impacto de la guerra en Ucrania. Nos enfrentamos de hecho al fin de un modelo agrario global basado en los hidrocarburos. En mi opinión los dos escenarios posibles  a corto plazo   son, o una crisis abrupta del sistema, sobre todo en países de rentas bajas dónde no se pueda absorber el aumento de los precios, y escenarios intermedios dónde a través de ingentes cantidades de recursos públicos el aumento de precios sea suavizado mientras se genera una transición alimentaria hacia un sistema sostenible post-hidrocarburos, y está es la gran cuestión de las próximas décadas. ¿Hacia qué sistema alimentario caminamos o debemos caminar? En mi opinión no hay duda, no hay energía suficiente, tan densa y  barata que pueda sustituir al petróleo y que además sea climáticamente neutra, por lo que necesitamos repensar el sistema alimentario conforme a otros valores que los actualmente hegemónicos. Una alimentación que integre los límites ecológicos y que considere la alimentación como un derecho.

 En el proceso de identificar que valores priorizamos como sociedad, y quién lo hace nos jugamos buena parte de nuestro futuro.

El primer cambio es priorizar el derecho a alimentación, es decir el acceso a alimentos sanos por parte de toda la población, y no la generación de excedentes y crecimiento infinito de los rendimientos destinados al comercio internacional. Se trata de definir que alimentos necesitamos, cuales son adaptados desde el punto de vista nutricional, cultural y ecológico, de manera que queden integrados los limites sistémicos, al contrario de lo que sucede hasta ahora con la externalización de costes sanitarios, climáticos, etc  Por tanto no evaluar el territorio en términos de su capacidad de producir y exportar alimentos, sino recuperar su capacidad de abastecimiento o suficiencia alimentaria.

Para esto, es imprescindible  salir del marco mental dónde un alimento es una mercancía cualquiera, a darle el valor que tiene, también desde su dimensión de un elemento clave para el sustento y desarrollo de las sociedades y por tanto su dimensión como bien común que nos pertenece a todos. Desde ahí impulsar cambios que vayan en la dirección de derribar el andamiaje creado los últimos años de hiper privatización de los recursos, patentes, conocimiento, etc. Así como en el aumento de la presencia de lo público en la alimentación y creación de nuevos sistemas de gobernanza alimentaria.

Hay que escapar de conceptos vacíos como es la sostenibilidad, y hablar de otros que deben predominar como es la regeneración. Nuestro sistema alimentario actual se ha basado en la esquilmación de territorios, bosques, sistemas hídricos y suelos. Esto en el actual contexto climático, energético y alimentario no tiene salida. Es necesario repensar las políticas agrarias para que contemplen la regeneración y la protección de las tierras con vocación alimentaria, las prácticas agroecológicas y desarrollo de la biodiversidad.

El tercer principio es la alimentación basada en el principio de respeto a los derechos laborales y condiciones dignas de vida. Hasta la fecha, tenemos un sistema basado en la explotación de millones de personas, fundamentalmente las más vulnerables con el objetivo de competir en los mercados internacionales. El sistema alimentario ha de sustentar y acompañar el bienestar de las comunidades, no al contrario.

Descentralización. Nuestro actual sistema como decíamos se basa en la concentración de recursos productivos y comerciales en manos de pocas empresas., tierras, semillas insumos, cadenas logísticas, etc. Necesitamos un cambio de paradigma hacia sistemas más descentralizados, más resilientes, como aumento de actores comunitarios y agentes en la cadena alimentaria, tanto en la producción como en la distribución aumentando por tanto la localización de la producción y sistemas de circuito corto de venta.

La transición como todo fin de un sistema que ha sido hegemónico no será sin conflicto, no será sin que se intenten soluciones continuistas  de patada hacia adelante a través fundamentalmente de la ficción tecnológica que nos salvará de todos los males.

Se trata de repensar y redefinir un sistema alimentario que asegure la vida para las generaciones futuras en un mundo post-hidrocarburos y eso lo tendremos que hacer los pueblos no las corporaciones.

Javier Guzmán

Director de Justicia Alimentaria

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