La brecha alimentaria e impactos en la salud. Publicado por la Revista Pueblos

Vivimos inmersos en un sistema dual de alimentación, donde unas élites se alimentan cada vez mejor y una inmensa mayoría lo hacemos cada vez peor, pagando con nuestra salud el beneficio de un puñado de multinacionales.

 La evidencia científica es incuestionable. La alimentación insana es ya la primera causa de enfermedad y pérdida de calidad de vida en el mundo, también en el Estado español. Tal y como se recoge en la campaña “Dame Veneno” que lanzó VSF Justicia Alimentaria Global hace unos meses, la alimentación nos está enfermando. Es lo que más nos enferma y cada vez nos enferma más. Esto es así porque los últimos 20 años nuestra dieta ha cambiado. El 70% de lo que comemos son alimentos procesados. Estos ingredientes críticos viajan a través de la alimentación procesada. En el Estado español se ha incrementado muy considerablemente el consumo de dichos ingredientes, a pesar de que la inmensa mayoría de la población sabe que hay que reducirlos. Esto no es debido a que de pronto todos los países al unísono nos hemos puesto de acuerdo en llevar una mala vida, se trata fundamentalmente del poder inmenso que la industria alimentaria ha ido ganando llegando a convertirse en un agente capaz de condicionar el sistema de producción, el consumo alimentario y las decisiones políticas.

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Si nos fijamos en el Estado español, pueden atribuirse a la alimentación insana entre un 40-55% de las dolencias cardiovasculares, un 45% de las diabetes y entre un 30-40% de algunos cánceres como los de estómago y colon[2]. Una estimación del impacto económico de las enfermedades asociadas a una dieta insana nos ayuda a poner sobre la mesa la magnitud del problema: 20.000 millones de euros anuales[3]. Esto es el 20% del presupuesto en sanidad, y sigue creciendo. En palabras de la Directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS) estas y otras enfermedades asociadas a la alimentación insana son las que van hacer saltar la banca.

 

 

¿Comemos lo que queremos?

Dentro de la narrativa generada por las grandes corporaciones de la alimentación y copiadas obedientemente por los Gobiernos, la buena alimentación es cuestión de hábito y decisión individual, y esto ha calado en todo nuestro imaginario colectivo. Cualquiera que se lo proponga puede comer bien. Se puede comer bien y barato, o es más, comer bien es más barato que hacerlo mal. ¿Pero esto es realmente así? ¿Se trata de una decisión individual? ¿Cómo es posible entonces que tantas personas se hayan puesto de acuerdo en comer mal y enfermarse voluntariamente?

Vamos por partes, lo que sabemos, y hay evidencia científica es que estás enfermedades no nos afectan a todos por igual, es que afecta fundamentalmente a las clases con menos renta. Esto es así porque la comida sana es cara, cada vez más cara lo que hace que amplias capas de la población de nuestro país no puedan acceder. El estudio “The rising cost of a healthy diet” analizó la evolución relativa de los precios entre dos grupos de alimentos: por un lado, aceites, grasas, azúcares y alimentos altamente procesados; y por el otro, frutas y verduras. Se realizó en Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, México y la República de Corea. El resultado indicó que los precios de frutas y verduras han aumentado considerablemente desde 1990 (entre un 2 y un 3 por ciento al año en promedio, o un 55-91 por ciento entre 1990 y 2012)[4]. Al mismo tiempo, la mayoría de los alimentos procesados estudiados son más baratos ahora que en 1990.

 

Por otro lado, para responder a estas preguntas hemos realizado el siguiente cálculo: ¿Cuánto cuesta, de promedio, el patrón de dieta comúnmente aceptado como saludable? (la famosa pirámide nutricional). Para ello se han tomado las recomendaciones de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC) y los precios medios de cada grupo de alimentos del Ministerio de Agricultura.

Los datos arrojan que para consumir los alimentos en las raciones recomendadas se necesitan 1.500€ por persona y año (podemos tomar la cifra redonda 1.500 ya que varía ligeramente de un año a otro).

 

Si vemos la otra parte de la ecuación para ver si realmente el precio supone una barrera infranqueable revisamos el gasto promedio de alimentación en el Estado (últimos datos disponibles), que es de 1.482 euros por persona y año, lo cual es casi exactamente el precio de la dieta recomendada. Pero, naturalmente, estamos hablando de medias. Si la media es el precio de la dieta recomendada significa que hay una fracción importante de la población que está gastando menos en alimentación, es decir, que si quisiera seguir las recomendaciones nutricionales debería incrementar su gasto alimentario.

 

Se calcula entonces que un 45% de la población española no puede pagarse una dieta saludable. Ni siquiera estamos hablando de alimentación ecológica o local, cuyo precio medio está un 35% más cara que la convencional, si no simple y llanamente seguir las recomendaciones nutricionales básicas. Por lo tanto, están condenadas a enfermar de algo totalmente evitable. En resumen estamos inmersos en un sistema dual de alimentación, donde unas élites se alimentan cada vez mejor, y una inmensa mayoría lo hacemos cada vez peor, pagando con nuestra salud el beneficio de un puñado de multinacionales.

 

Algunas propuestas de cambio

Frente a esta realidad es evidente que necesitamos urgentemente una política fiscal alimentaria orientada a revertir esta cada vez mayor desigualdad alimentaria y que tenga como objetivos:

 

1 Abaratar los precios de los alimentos con buen perfil nutricional (alimentos sanos) y encarecer los alimentos con mal perfil nutricional (alimentos insanos)

  1. Internalizar los costes sanitarios derivados de la alimentación insana, en los productos cuyo consumo excesivo los generan
  2. Actuar sobre el ambiente o entorno alimentario, mandando una señal clara desde de las administraciones sobre la existencia de alimentos con buen perfil nutricional y otros que no (junto con otras medidas, por ejemplo, un etiquetado claro y una limitación de publicidad de determinados alimentos claramente insanos para poblaciones vulnerables, es una medida sociocultural altamente efectiva):
  3. Conseguir recaudar fondos que se puedan destinar a otros aspectos de lucha contra la epidemia de la alimentación insana (impulsar los sistemas alimentarios locales, campañas educativas, costear parte de los gastos sanitarios, etc.).

 

 

Esto no es nada nuevo, el Plan de Acción Europeo sobre Alimentación y Nutrición 2015-2020 para la región europea de la OMS, contempla como línea de acción prioritaria la aplicación de políticas fiscales y de precios que influyan sobre la elección de los alimentos. En este sentido, podemos distinguir dos tipos clave de impuestos que afectan (o pueden afectar) a los alimentos. El IVA (impuesto al valor agregado) y los impuestos especiales (tasas impositivas especiales aplicadas a diferentes tipos de alimentos o bebidas de manera exclusiva), como es el caso del tabaco o el alcohol. Las combinaciones posibles son varias, pero lo que no tiene ningún sentido que en nuestro país tenga un IVA similar una Coca-Cola, un Kit Kat o una manzana desde el punto de vista sanitario. El Reino Unido, por ejemplo, aplica un IVA del 0% a la mayoría de los alimentos, mientras que aperitivos salados, zumos de frutas, refrescos o golosinas están gravados con el 20%.

 

La reducción del IVA a productos básicos como frutas y verduras, podría significar un descenso en la recaudación impositiva, pero podría verse compensado por el incremento del IVA a determinados alimentos de perfil nutricional claramente insano. El ejemplo más cercano lo tenemos en México que estableció impuestos a las bebidas azucaradas y  dónde un reciente estudio realizado por un equipo liderado por la especialista en medicina interna de UC San Francisco, Kirsten Bibbins-Domingo, y que publicó esta semana en la revista PLoS Medicinede, muestra que en diciembre de 2014 la caída en compras de bebidas azucaradas fue del 12%. Si la población mexicana  sostiene este patrón de consumir menos bebidas endulzadas, el modelo desarrollado por los investigadores predice que más de 10 años, el impuesto al 10% podría prevenir 189.300 nuevos casos de diabetes tipo 2, 20.400 accidentes cerebrovasculares y ataques cardíacos y 18.900 muertes entre adultos 35 a 94 años de edad. Así, de 2013 a 2022, la reducción en la diabetes por sí sola podría producir ahorros en los costos proyectados de la salud de 983 millones de dólares, concluyeron los investigadores.

 

En cuanto a la aplicación de estos fondos obtenidos una buena parte de ellos deberían ser vehiculados hacia una inversión el modelo de agricultura familiar, social y sostenible, pues conviene no perder de vista que la conexión (o desconexión) entre la soberanía alimentaria una y la alimentación sana. Del mismo modo, que su desaparición comporta su ocupación por alimentos altamente procesados que han demostrado su implicación en la epidemia que describo.

 

El resultado, casi 50 años después del inicio de las revoluciones verdes que venían para acabar con el problema de la desnutrición en el mundo, es objetivamente, un desastre y no solamente no se ha conseguido reducir significativamente las personas en situación de hambre y subnutrición, sino que, además, se han incrementado exponencialmente las otras formas de mala alimentación.

Debido a este contexto internacional y en el marco de la II Conferencia Internacional de Nutrición organizada conjuntamente por la FAO y la OMS, realizada en Roma a finales de 2014, ambas organizaciones internacionales señalaron como la principal causa de la situación alimentaria del mundo y la vulneración constante del Derecho Humano a una Alimentación Adecuada al fracaso del actual sistema agroalimentario, generador no solamente del alarmante estado alimentario del mundo, sino también de otros efectos altamente negativos.

De ahí que ambos organismos, conjuntamente con el Relator Internacional para el Derecho a la Alimentación de Naciones Unidas, hicieran un llamado a los Estados y administraciones de todo el mundo para que reconozcan el papel clave de la agricultura familiar campesina y los mercados alimentarios locales como pieza clave en la lucha contra el hambre y la mala nutrición. Estas peticiones vienen recogidas en las conclusiones de la II Conferencia Internacional de Nutrición y en los dos últimos informes sobre el estado mundial de la agricultura y la alimentación, elaborados. Uno de ellos, titulado “Sistemas alimentarios para una mejor nutrición”, mostrando claramente la estrategia que se debe seguir para conseguir mejorar el estado de este derecho humano básico.

 

Como última conclusión, es claro que necesitamos un cambio en el modelo actual alimentario basado en la maximización de beneficios de las grandes corporaciones, por otro que ponga a las personas y su salud presente y futura en el centro. Por ello  es urgente la creación de una política alimentaria que haga un giro de 180 grados y que asegure derecho a una alimentación sana a las mayorías sociales.

 

Javier Guzmán  Director de VSF Justicia Alimentaria Global.

 

[1]http://www.freshplaza.es/article/88272/La-ca%C3%ADda-de-los-precios-de-los-alimentos-en-Espa%C3%B1a-hace-que-crezca-el-consumo

[2] Elaboración propia. Los datos están tomados del Institute for Health Metrics and Evaluation (IHME), la mayor base de datos independiente. Datos procedentes de fuentes oficiales y de publicaciones científicas que son recogidos y analizados por un consorcio de más de 1.600 personas investigadoras en 120 países, capturando datos de más de 300 enfermedades y lesiones en 188 países, desagregados por edad y sexo, desde 1990 hasta la actualidad, lo que permite comparaciones en el tiempo, a través de grupos de edad, y entre poblaciones.

[3] Suma de datos procedentes de tres fuentes: http://www.scielosp.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0213-91112008000600001  www.fundaciondiabetes.org/upload/articulos/113/Diabetes_Cost_Crespo_2013.pdf

Y Datos del Centro de Estudios Económicos y Empresariales (Cebr)

[4] http://www.odi.org/sites/odi.org.uk/files/odi-assets/publications-opinion-files/9580.pdf

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